Nunca supe su nombre. Formaba parte del paisaje –del paisanaje– de la calle, de las infinitas idas y venidas por aquel Bravo Murillo de la infancia, del que era impenitente transeúnte. De repente, se paraba frente a cualquiera que pasara, y le soltaba: «Buenas, ¿me da un durito, dos duritos, tres duritos…?». Tal era su pertinaz demanda, su eterna línea de texto. Su eslogan cantarín. A veces alargaba la enumeración hasta que se hacían muchos los «duritos», o subía la apuesta para pedir «una libra». Otras, concluía la petición con un revelador: «…para un litro?». Aquel tipo no se sentaba nunca a esperar, ni tampoco engañaba en su solicitud, y cuando no pedía «duritos» se le veía trasegando litronas, cuya espuma acababa siempre por chorrearle. Y vuelta a la carretera.
Con su larga coleta y su barba hirsuta y desgreñada, excesivamente encorvado y con las manos enlazadas detrás de la espalda, parecía la viva imagen de un personaje de Ibáñez. Un “Superintendente” Vicente bonachón y despedido de la T.I.A. por empinar el codo. Su estilo al andar recordaba un poco a Groucho, con pasos más pequeños. Llevaba unas deportivas blancas enormes, y la cazadora parecía que le quedaba grande, y el pantalón, pequeño.
En una época donde muchas de las peticiones de efectivo en el barrio se hacían a punta de navaja, o con la amenaza de una velada jeringuilla, este profesor Bacterio etílico pedía sonriendo, y daba igual si le soltabas algo o no. Era un estajanovista en la búsqueda del «durito».
Cuando nos cruzábamos con él, el más intrépido de la pandilla se adelantaba y le pedía las monedas con la misma fórmula. Para reírnos. Siempre contestaba con media sonrisa que no tenía. Jamás se le vio un mal gesto por la impertinencia. Nunca le vi acompañado, ni tampoco borracho, ni manteniendo una conversación distinta de la de siempre, más allá de que a veces se le escuchara rezongar para sí, como restando el dinero que le faltaba para alcanzar la recompensa diaria.
Tampoco supe nunca qué fue de él, como no sé por qué me he acordado ahora, casi 30 años después, de aquellas rondas. Pero me parece que voy a coger unos duritos y bajaré a comprarme un litro. En su honor.
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