Hace unos años, el protagonista del mejor anuncio jamás rodado de la Lotería de Navidad olvidaba comprar un décimo en su bar habitual, y ahora vemos que hasta se paga un seguro para cubrir la parte que Hacienda se queda de cada boleto premiado. El impuesto especial que grava el célebre «Gordo» es relativamente reciente, además de uno de los disgustos más habituales de los españoles, les haya tocado o no.
El Estado así, como la banca en el casino, siempre gana, no sea que le suceda como hace 200 años con aquel Santiago Alonso Cordero, comerciante leonés, personaje de Galdós y uno de los primeros ganadores del sorteo extraordinario –que por entonces tenía un funcionamiento similar al de la Lotería Primitiva–, que cuando acudió a cobrar su premio se encontró con que la Administración, el Departamento del Tesoro de Isabel II, no tenía efectivo suficiente para pagarle.
El Estado se declaró insolvente, y para saldar su deuda hubo de entregar un solar en los terrenos del antiguo convento de San Felipe El Real, junto a la Puerta del Sol. Allí donde dos siglos antes se estableciera el más famoso mentidero de la Villa, ágora del chisme, el rumor y la calumnia, y donde, a unos pocos pasos, dieron muerte al Conde de Villamediana, que tantas habladurías proporcionó, y por el que se escribió la célebre coplilla que atribuye un “impulso soberano” al crimen.
El templo había quedado maltrecho tras la Guerra de la Independencia, y había sido demolido e incorporado a los terrenos liberalizados con la desamortización de Mendizábal para ensanchar la calle Mayor. Sobre ellos el comerciante iba a construir el primer bloque de apartamentos que se levantaría en la capital, las conocidas Casas de Cordero o del Maragato (1845), que como novedad reunían en un mismo edificio viviendas independientes y locales comerciales en el entresuelo y la planta baja. Aquella imponente mole de pisos causó asombro entre los madrileños, y hoy se mantiene en pie en el número 1 de Mayor esquina con Esparteros.
Fue, aparentemente, una de las pocas veces que un particular quebró a la Administración. Claro que daba la casualidad de que el maragato Cordero, además de acaudalado comerciante, era político, amigo y valedor del propio Mendizábal, y que la operación fue criticada por la Academia de San Fernando por enajenación. Con lo que se comprueba una vez más que las pocas veces que el Estado no gana, alcanza un acuerdo ventajoso para todas las partes.
Deje un comentario