Entre el lenguaje inclusivo, el desdoblamiento léxico y los añadidos a los nombres oficiales de toda la vida, en los periódicos vamos a tener que volver al formato sábana para que quepa tanta ocurrencia. La última ha sido sustituir el nombre de la estación de Metro de Atocha Renfe por el de “Atocha-Constitución del 78”. El cambio era obligado tras la liberalización ferroviaria, aunque el porqué de la nueva coletilla lo ha tenido que explicar Ignacio Aguado. Ha dicho el vicepresidente regional que tanto Atocha como la Carta Magna son “dos puntos de encuentro entre españoles”, y sólo le ha faltado hacer el gesto de “guiño, guiño” para que los más lentos pillaran la conexión. Pero vamos a ver: “puntos de encuentro entre españoles” también lo son la tortilla de patata o Lola Flores, y no por ello le endosamos a La Faraona el apéndice de La Pepa o apellidamos “La del 31” a la tortilla que nos queda regular.
De este sesquipedalismo nominal nos sabíamos aquello de “Felipe Juan Froilán de Todos los Santos”, aunque el récord de ir ensartando nombres como vagones de un mercancías lo sigue teniendo doña Cayetana, la última Duquesa de Alba, que en la pila de bautismo recibió hasta 17 gracias, entre ellas Alfonsa, Fausta o Dorotea.
El estirar el chicle del oficialismo nos ha dado en los últimos tiempos grandes hallazgos, como ese triple salto con tirabuzón del Aeropuerto Madrid-Barajas-Adolfo Suárez, que ya estaba cogido por los pelos, o la Estación Madrid-Chamartín-Clara Campoamor, otra que tal: homenajes metidos con calzador que devalúan el pretendido tributo pero que hacen las delicias de los rotulistas y sirven a los políticos para cortar cintas o descorrer cortinillas.
En cualquier caso, y volviendo al principio, parece que a la Comunidad de Madrid le ha entrado un furor bautismal con el suburbano. A falta de mejoras en las frecuencias, los horarios o la accesibilidad, se ha optado por el naming, por más que los lumbreras que llevan el negociado no den una. Primero fue reemplazar Atocha –a secas– por esa horrible “Estación del Arte”, que parece el nombre elegido sin ganas de un tablao flamenco; después, ponerle a la estación de Metropolitano el de Vicente Aleixandre: supongo que evitar que se siga cayendo la cercana casa del Nobel costaba más. Por no hablar de que era precisamente en las inmediaciones de aquel lugar donde se ubicó el Metropolitano fetén, y no en esa peineta con ínfulas del Wanda.
Definitivamente, el siglo XXI es de los rotulistas.
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