Animalistas y cacas

Llevo tiempo dándole vueltas al hecho de que el número de animalistas que habitan en las ciudades aumente de manera directamente proporcional al de excrementos caninos desperdigados por la vía pública. Ya, ya sé que correlación no implica causalidad, pero no me dirán que, por una cuestión de probabilidad, debe de haber muchos animal friendly por las aceras y las plazas madrileñas considerando que las cagarrutas de sus mascotas –y que me perdonen los de PETA por lo «ofensivo» del término– son peccata minuta y no merecen ser recogidas. Que vendrían a ser como esa travesura de bebé que todos ríen, un presente colocado en el zaguán, que diría “Tip”.

Uno es incapaz de hacerle daño a una mosca –a ver, a una mosca, sí; e incluso a algún otro díptero, y a un par al menos de himenópteros– pero reconozco que con tanto bienestar animal y defensa de los derechos de los animales voy con la lengua fuera, y a duras penas llego a entender aquello de que el hombre le «roba» la leche a los terneros, como para asimilar que, una vez evacuado, aquello no pertenezca a nadie. «Tu perro, tus cacas», que leí un día en un portal.

Por ello ignoro si lo que ocurre es que llevar al perro hasta un área canina, providencialmente instalada para tales menesteres, pueda ser considerado una forma de encerrar en un gueto al sabueso, mancillando su libertad de movimientos y su derecho a la libre deposición.

Desconozco igualmente si San Francisco, que convirtió en manso a un lobo sanguinario, tiene en su vida algún pasaje dedicado al deber de limpiar las heces de los que consideraba sus «hermanos menores», aunque no me cabe duda de que el santo de Asís lo haría con sumo gusto. Pero claro, San Francisco solo hay uno, y las cacas me las encuentro en la calle. Y miren por dónde, pero se me ocurren pocas cosas más humillantes que andar paseando y hundir hasta el corvejón en una mierda cum laude como las que se ven a diario en todas las calles de la capital.

Recuerdo a un compañero de clase que contaba la vez que, de pequeño en un parque, se comió un trozo de mierda de perro. Lo contaba como hazaña, y no parecía tener secuelas –al menos, no graves– y gozaba de una moderada buena salud. Lo dejo aquí como idea, dado que ni las multas ni los trabajos comunitarios parece que funcionen.


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1 comentarios

  1. carmen huertas | 18/02/2020 22:19h. Avisar al moderador
    Pues estoy totalmente de acuerdo contigo en todo lo que afirmas y lo que insinúas. Yo también estoy hasta las narices de tener que aguantar malos olores y aspectos poco estéticos en mis calles porque los dueños de los perros sean unos Cerdos. ¿Dónde se ha visto? ¡Un cerdo dueño de un perro! Y que no me digan que son una minoría los que no recogen o que son los dueños de mayor de edad... Mentira cochina. Estoy harta de afear el gesto a todo espectro social. Y si las multas no valen ni tampoco los trabajos sociales, habrá que ser un poquito más drásticos. ¡Prohibido perro en la casa!, que, por cierto, más de unos agradeceríamos considerablemente. Porque no puede ser tener que aguantar ladridos y ladridos contantes en cuanto los dueños se van de casa. Y como sé que muchos "mascoteros" van a decirme que eso es porque están mal educados les haré esta pregunta: ¿cómo sabes que tu perro no ladra cuando no estás en casa? Pregunta a los vecinos que muchos nos callamos por educación aunque estamos hasta las narices. ¡El perro al campo! y si lo quieres en casa cumple con tus obligaciones cívicas. Y no disimules que coges la mierda y luego no lo haces, que son muchos ojos los que te ven y narices las que huelen y pies que las pisan... Y por cierto, una cosa más, si no llevas al perro a la perruquería y se lo cortas en casita con la "moto"; ¡por favor! no tires los pelos por la ventana que caen mi alféizar y si tengo la ventana abierta... pues me los como, como complemento de la sopa.    

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