Afronta un incierto futuro, tras más de un siglo de vida
Salazar, una historia de trabajo de la reina de las papelerías madrileñas
Isabel Garrido, 7 de octubre de 2019
Desde hace más de 100 años una figura de San Pancracio mira la puerta de Salazar, la papelería más antigua de Madrid. Por esa puerta de la calle de Luchana han entrado miles y miles de personas en busca de artículos de papelería y objetos que alternan lo viejo y lo nuevo, convirtiendo el local en un lugar único. La historia cuenta que este santo transmite salud y trabajo. Esto último les ha acompañado todo este tiempo, sin embargo, el paso de los años, la digitalización de los procesos y la venta por internet han hecho mella en este negocio tradicional.
Esta empresa familiar abrió sus puertas en 1905 como un estanco donde vendían sellos, papel de liar, picadillo o tabaco, hasta que en 1920 instauraron la papelería con la venta de tampones, tinta, plumillas o secantes. Cuatro generaciones después, Fernanda y Ana, descendientes de los fundadores, siguen al frente de Salazar. Con 18 años se pusieron detrás del mostrador y desde 1976 son las encargadas.
Con los años, el número de empleados ha ido disminuyendo: “El mejor momento fue en los años 50, en la época de nuestros padres”, aclaran. Aunque también implicaba largas jornadas laborales: “Todo venía sin manipular. Había que contar cada artículo y marcarlo”. En aquel momento llegaron a ser 18 y, desde la jubilación del último trabajador son únicamente cuatro. También resaltan el cambio socialista del año 1982 como otro “buen momento para el negocio, que trajo mucho trabajo”. Sin embargo, a partir de 1996 empezó el descenso y con la llegada del euro, en 2002, “todo se encareció y la gente mayor no entendía el cambio de la moneda”.
En esta papelería es posible encontrar prácticamente de todo. Fernanda explica que ahora lo que más les reclaman “son las cosas que no se venden en ningún sitio. Lo que la gente sueña para presentar un trabajo o cosas originales de papelería”. También destacan las agendas como una de sus principales atracciones y los calendarios, que los traen desde Alemania, Francia o Italia. Uno de sus productos más distinguidos es el calendario zaragozano, donde vienen indicados los días, el sol, la luna, los santos y la previsión meteorológica. “Antes vendíamos 500 ejemplares pero ahora menos porque los compraba gente del siglo pasado”, detalla Fernanda.
El mobiliario de Salazar data de los años 50 y fue restaurado en 2017, al igual que las dos columnas que dan la bienvenida a los clientes en el mostrador principal. Rebuscando en su catálogo te transportas a otra época con huchas en forma de muñecas con las que se recogía el domund, carpetas de legajo y gusanillo, secantes personalizados, identificadores de libros, juegos reunidos, estuches de madera o libros de visita y contabilidad. En su caso, hasta las cuentas internas siguen haciéndose de forma manual. El producto más antiguo que se encuentra en sus estanterías son los recortables, que además “siguen vendiéndose muy bien”, comenta Fernanda, quien también afirma que tienen “todo lo que hay en una papelería y si no, lo hacemos, lo fabricamos o lo buscamos”.
Buen trato y exclusividad, sus armas
Desde hace unos años sus principales competidores son la venta online y los bazares. Para hacerles frente ellas responden con productos de calidad. “La exclusividad es lo único que nos sostiene”, señala Ana. A esto le suman el buen trato, la experiencia y ofrecer siempre productos con recambio como las plumas, plumillas o palilleros, que siguen vendiendo y enseñan a utilizar a todo aquel que lo necesite. La transformación digital que desde hace una década han experimentado muchos de los trabajos ha sido otra de las cosas que más daño les ha hecho: “Antes se vendía mucho papel y archivadores, ahora todo está informatizado”.
Lo suyo es una historia de trabajo y constancia. A lo largo de los años han logrado superar numerosos obstáculos, como las 19 veces que les han roto el escaparate con los consiguientes robos, el último hace cuatro años cuando se lo llevaron todo. Una placa en la entrada corrobora la trayectoria de esta empresa familiar y, a pesar de los apuros y las dificultades, las dos hermanas destacan que lo más bonito que les ha pasado trabajando ha sido “el trato con los clientes”, además de conocer a Forges, ríen mientras muestran un dibujo que les hizo en una visita.
Camino de terminar 2019, el destino de la papelería Salazar es un misterio que sólo conocen Ana y Fernanda. Hasta entonces, San Pancracio seguirá mirando a la puerta tratando de transmitir un poco más de trabajo cada día.
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