Me entristece decirlo, y que me perdone Pedro Sánchez, pero es poco probable que de esta salgamos más fuertes. Ya pueden seguir envolviendo las portadas con suculentos anuncios gubernamentales, bombardearnos con enternecedores anuncios de superación grupal o hacernos comulgar con discursos épicos escritos por fouchés de medio pelo para Churchills pasados por el Callejón del Gato. Lo previsible es que salgamos más frágiles y más divididos. Más cainitas, en definitiva.
Ni siquiera el momento de los aplausos a los sanitarios, quizá el único de pura confraternidad que hemos tenido en todo este tiempo, han podido dejar de contaminarlo. A los pocos días ya era un reconocimiento dirigido a la sanidad pública. No había “héroes” aquellos días en la privada, sólo mercenarios.
Desde entonces la división se fue haciendo más grande, fomentada cómo no por quienes más nos debían unir y en cambio más nos separan. Por quienes han hecho trincheras de sus escaños con la ventaja además de que nunca les rozará una bala. Ni mascarillas necesitaban ponerse.
Así llegamos a la primera cacerolada, contra el rey. Una acción politizada e improcedente en el momento más duro, según unos. La inequívoca expresión de la voluntad del pueblo, para los otros. Unas semanas después llegaríamos al viceversa: manifestarse contra el Gobierno ya no solo era desleal –y sus “motivaciones” serían investigadas– y una cosa de “pijos”, sino que aquellos descerebrados ponían en peligro la salud de todos. Más semanas después: manifestarse contra el racismo por un homicidio en EE UU es ya seguro y lo “decente”. Esto es lo que, día tras día, han venido expeliendo nuestros políticos más tóxicos a izquierda y derecha en los días más críticos para este país.
En este juego de polarizar a la ciudadanía desaparece el espacio para construir. Quienes señalan los recortes de hace 10 años no quieren ni oír hablar del error de mantener las manifestaciones del 8M. Quienes elogian a los sanitarios les mantienen con contratos precarios y sin protección. Se critica que no se proporcionen mascarillas, o si se proporcionan, que no sirvan para evitar contagios, o si sirven, que sirvan demasiado bien. El color de una corbata o el esbozo de una sonrisa captada en una fotografía son automáticamente considerados una burla a los muertos, y el llanto en un funeral, un gesto fingido de cara a la galería.
Vuelve La Liga después de tres meses y comprobamos que, muy por delante del fútbol, el deporte español por antonomasia es el cainismo. Y en esas estamos.
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