Pinganillos

Han sido muchos años de espera, pero al final los diputados nacionalistas van a tener su pinganillo. En unos días, el Congreso de los Diputados permitirá el uso de las lenguas oficiales en los debates, y quien no las conozca tendrá que echarse mano del pinganillo para escuchar la traducción simultánea que proporcionará un ejército de intérpretes contratados de urgencia. Otra “deuda histórica” de la España plurinacional, arrebatada a las garras del Estado opresor por mor de la aritmética electoral.

El caso es que, dado que los 350 diputados comparten un idioma común, con el que ya hablan habitualmente entre sí, no parece que la medida vaya a servir para mejorar la comunicación y el debate. Pero es que la razón no es esta, sino otra mucho más elevada, según nos explica Patxi López, que está convencido de que el uso de las diferentes lenguas “nos enriquece” –será a los traductores–; o Íñigo Errejón, para quien el pinganillo logrará “que el país oficial se parezca más al país real”. Un “país real” donde, por lo visto, la gente necesita que le traduzcan lo que te dice el panadero o la cháchara del parroquiano sobre el partidazo que hizo Bellingham el domingo. Eso, o Íñigo confunde el pinganillo con los AirPods.

Su jefa, Yolanda Díaz, añade que el pinganillo es un paso más “para modernizar las instituciones”, y que el Congreso “debe representar la diversidad y plurinacionalidad de nuestro país”. No obstante, creo que la vicepresidenta peca ahí de falta de ambición. La lengua, se sabe, es cosa de los preliminares, pero para seguir avanzando en la España plural habría que dar más pasos: sus señorías, por ejemplo, podrían ir a los plenos vestidos con los trajes regionales de cada autonomía, y no con esas fachas que llevan algunos. Gabriel Rufián acudiría así con barretina y chaleco, la ministra María Jesús Montero, de volantes, y Pedro Sánchez se subiría al estrado en cada sesión ataviado con la parpusa y el pañuelo castizos, to chulo.

Al llegar los viernes, los bedeles podrían sacar un hornillo y en mitad del hemiciclo, allí donde antiguamente se colocaban las estenotipistas –ignoro si siguen estando–, los diferentes grupos parlamentarios prepararían una comida típica de cada territorio, por rotación: un día, paella, al siguiente, cocido lebaniego, al otro, bacalao al pil-pil, y así. Las posibilidades son infinitas si lo que se pretende es representar la rica diversidad del país, ahondar en todo lo que nos diferencia (?) y seguir gastándonos el presupuesto en salvas.

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