Hace unos días, la presidenta regional argumentaba así sus dudas sobre el cierre de Madrid como medida efectiva para controlar la pandemia: “No tengo ningún estudio científico que lo avale”. No se daba cuenta Isabel Díaz Ayuso de que estaba dando la vuelta a un criterio que todos los responsables políticos, incluida ella, habían estado lanzando durante los últimos ocho meses a la mareada ciudadanía, que aguarda cada viernes lo que le digan para ponerse en posición de muestra, como los pointer.
Ciertamente, nadie nos ha enseñado estudio alguno que avale el confinamiento perimetral como panacea para cortar la sangría de contagios, pero durante este tiempo todos absolutamente se habían apoyado en la “ciencia” (sic) y los “expertos” (sic) para acreditar lo conveniente de las medidas que se anunciaban. Daba igual que lo que los “expertos” recomendasen fuera la obligatoriedad de las mascarillas o su inutilidad, que se abrieran los parques o que se cerraran de buenas a primeras por nuestro bien, o que se pudiera asistir o no a eventos multitudinarios en función de si estaban o no ellos invitados. No lo digo yo, señora. Lo dice “la ciencia”.
El ardid es perfecto no ya para desarmar la crítica, sino cualquier incómoda pregunta, porque resulta que los “expertos” a los que cargar los muertos son una lista tan larga que “no merece la pena” conocerla. Estaría bien que Pedro Sánchez juntara a los “científicos” en los que se apoyó para decir que habíamos “derrotado al virus” con aquellos que, tres meses después, le avisaron de la “extrema situación” que vive España. Por ver qué se dicen.
Ocurre que, al final, como en aquella vidriera irrespetuosa del tango, de tanto revolcar en el merengue el “valor” de la ciencia con el “dublé” de la política la gente empieza a cabrearse con los ignotos epidemiólogos. Y eso, según dice Fernando Simón, es como “matar al mensajero”, porque los datos “no son culpa de nadie”. Que digo yo, que si Simón fuera sólo el mensajero, igual daba poner a una pareja de niños de San Ildefonso para cantar los datos como si se tratara de un Gordo muy repartido, y dejar así que el campechano portavoz se tomara unas semanas de descanso en Nazaré, a ver si al menos esas olas las cogía. O como Salvador Illa, que dice ser “sólo un ministro ante la mayor calamidad del último siglo”. A mí que me dice, oiga, yo pasaba por aquí. Pregunte a los “expertos”.