«Los madrileños no piden cambiar el nombre de sus calles, sino que sus calles estén limpias y en buen estado de conservación». La cita –fin de la cita, que diría Rajoy– es de 2017 y estaba dirigida a la alcaldesa Manuela Carmena. Su autor, el por entonces líder de la oposición y hoy alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, que hace unos días aprobaba el cambio de nombres de las calles de Francisco Largo Caballero e Indalecio Prieto, además de la retirada de la placa en homenaje al primero de la Plaza de Chamberí.
No parece que desde 2017 haya transcurrido tiempo suficiente como para que «los madrileños» hayamos pasado de pedir limpieza a pedir que nos toquen el callejero. A la vista de cómo siguen las calles, diría que es harto improbable. Que llevemos siete meses inmersos en una pandemia que ha matado por miles y que va a sumirnos en un pozo tampoco ha debido de ayudar a que los vecinos de la Villa y –de momento– Corte nos hayamos replanteado las prioridades y, ahora sí, lo que esperemos de nuestros gobernantes sea que retiren estatuas y rebauticen calles, cuyos cambios, además, vamos a pagar nosotros mismos en dinero y molestias.
No es sólo Almeida, claro. La misma frase de arriba perfectamente podría haber sido pronunciada estos días por Rita Maestre o Pepu Hernández, sin que el hecho de que sus partidos aprobasen hace tres años el cambio de nombre de otras 52 calles madrileñas les supusiera un problema de contradicción. Cambian las placas, pero las calles, antes y ahora, siguen sin barrer.
Hay quien ha jaleado la decisión como un “zasca”, por el efecto bumerán de una Ley de Memoria Histórica que suponía una «revancha contra una parte de los españoles» –las comillas, de nuevo, son de Almeida–. Se cumpliría así ahora el agravio a la otra parte, y todos contentos. Como decía el tuitero Schultz_jj, la solución podría ser «hacer dos listas con los nombres de las calles: la progre y la facha, y cambiarlas automáticamente según ganen unos u otros».
El alcalde recuerda a diario que los madrileños atravesamos una situación muy complicada, pero esta no va a mejorar retirando placas conmemorativas, por controvertido que sea el homenajeado. En tal circunstancia, nada habría sido más fácil que pasar de Largo y decirle a Vox aquello de “no toca”, pero Almeida ha querido sumarse al pinball usando a los ciudadanos de bola. Auguro una gran prosperidad en los años venideros a los fabricantes de placas. Trabajo, al menos a ellos, no les va a faltar.
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