Vivimos tiempos llenos de susceptibilidades. Tiempos en los que las gallinas son “violadas”, comerse un filete es considerado un homicidio, y en que el uso genérico del masculino deviene en afrenta intolerable. Tiempos en que cualquier chiste es tomado como un agravio por algún colectivo minúsculo. Tiempos, en definitiva, de cogérsela con papel de fumar.
Estas suspicacias políticamente correctas tienen, sin embargo, sus excepciones, tan bien definidas que pueden sortear sin problema las censuras mediáticas. Hace unos meses, un clown llamaba “puta” a Inés Arrimadas en una televisión pública. Tras el revuelo, al cobarde le bastó con decir que era a otra Inés a quien insultaba. Me pregunto qué habría pasado si –es un ejemplo–, alguien en Intereconomía le hubiera dedicado tal epíteto a Carmen Calvo.
Escribo esto a raíz de un insulto que ha hecho fortuna aplicado al recién nombrado alcalde de la Villa: “Almeida carapolla”. Un vecino de Vicálvaro se pone una pegatina con tan original lema, la Policía le identifica y amenaza con una sanción y, a partir de entonces, medios digitales, diputados y varios perfiles muy reconocidos en las redes sociales comienzan a replicar una ofensa que jamás hubieran dedicado a la anterior alcaldesa –quien, por cierto, siempre abogó por “acabar con la permisibilidad (sic) del insulto” e incluso reprendió a la conductora de un acto en el que participaba y que se refirió de tal forma al alcalde–.
“La cara más irónica del efecto Streisand”, titulan, al tiempo que encajan la lindeza en sus titulares y sus tuits. Pero no. Esto no tiene nada que ver con el efecto viral y de rebote de una injusticia, ni con que uno, cien o mil anónimos se peguen un adhesivo insultante en la solapa. Dicho lo cual, nadie debería ser multado por ejercer su libertad de expresión. Pero no hablamos de eso, sino de la tolerancia y el regodeo en el insulto a un personaje muy concreto. A un enemigo.
Y si no, imaginen la cara de qué órgano genital podría atribuirse a alguna dirigente política de cualquier formación “de progreso”, y piensen en cuántos medios de comunicación e “influencers” digitales, todos comprometidísimos con las causas sociales y contra el acoso, darían difusión al adjetivo viral en sus titulares y hastags. Caras de cemento.
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