Indecisos

Estas elecciones, lo decían los periódicos, las iban a decidir los indecisos. Aunque luego ha sido que no, estos titulares caen como losas sobre el ánimo de estos perplejos, a los que, una vez se cierran las urnas, encima se les acusa de haber votado mal –si finalmente votan– o de no haberse movilizado. “Movilizado”, cuando lo que siempre preferirá el indeciso será mantenerse en la retaguardia, aunque sea pelando patatas y con la esperanza de que no le pregunten después si la tortilla mejor con o sin cebolla.

El indeciso ya empieza el día viendo un tortuoso muro por franquear cuando, cada mañana, abre la puerta del armario para elegir qué se pondrá. Su aspiración sería aquella de Einstein de contar con un guardarropa lleno de conjuntos idénticos, por más que la anécdota sea probablemente falsa, como casi todas en las que anda el nobel de por medio.

La cuestión es que, ante la necesidad de escoger entre dos camisas, el indeciso se abruma y se encoge como el asno de Buridán, aquel jumento de la paradoja que no supo elegir entre dos montones de heno idénticos y terminó muriendo de hambre. ¿Escaleras o ascensor? ¿Azúcar o sacarina? ¿Comunismo o libertad?

Hacerte adulto no es tanto asumir los costes de tus propias decisiones como empezar a tomarlas, con lo que cansa. Por eso el indeciso quisiera ser como Bartleby, que respondía cualquier encargo del patrón con aquello de «preferiría no hacerlo». Y no es que el famoso escribiente de Melville se negara a atender los requerimientos de su superior, sólo que no lo veía claro, dudaba y le daba pereza ponerse. Hay quien le considera un jeta o un perturbado, que incluso permanece en su puesto tras ser despedido y es su jefe quien finalmente tiene que mudarse de la oficina. Es cierto que termina malamente –como el asno–, pero uno nunca le vio tanto un insumiso como un indeciso radical. Un indeciso comprometido hasta el final con su indecisión.

El indeciso no pretende dejar ninguna impronta ni sello, solo busca dejarse ir, fluir como el agua, sin tener que pararse a pensar ni a solventar acertijos. Es moldeable, taza en una taza o botella en una botella, que diría Bruce Lee. My friend. «A Madrid se viene a que te dejen en paz», dice la presidenta in pectore. Por eso Madrid es, también, la patria de los indecisos.


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