A Pedro Almodóvar no le gusta el alcalde. Qué le va a hacer. Almeida le ha organizado al director manchego una exposición estupenda sobre su trayectoria, pero el alcalde ni siquiera ha ido a verla –cómo te entendemos, Pedro. A la que ha organizado este periódico tampoco ha venido, ya ves–. A Almodóvar quien de verdad le gusta es Pedro Sánchez. Tanto, que se ha inventado que en EE UU le llaman Mr. Handsome, y ha dicho que está como para pedirle “muchas cosas, a nivel físico también”.
Almeida, que pese a su casorio sigue jugando como nadie la baza de feo, ha pedido –por la parte que le toca– que a los políticos se les evalúe por lo que hacen –cuidado con eso, José Luis– y no por el chasis, y se ha preocupado también por la cosificación que últimamente tiene que soportar el presidente del Gobierno, que ya hay tribunas parlamentarias que parecen andamios. Claro que, si hablamos de Mr. Handsome, los piropos a la belleza heteronormativa están más que permitidos.
Hablando de feos y de cosas. El otro día, a uno de nuestros más célebres ciberdivulgadores de los recovecos y curiosidades de este poblachón manchego, se le ocurrió preguntar a un chatbot de Inteligencia Artificial cuál era el monumento más feo de Madrid. No destaca la capital por tener esculturas públicas poco agraciadas, pero la contestación de ese artilugio sabelotodo señaló al monumento a Calvo Sotelo en Plaza de Castilla. “Bonito, bonito, no es”, coincidía el cibercronista, aunque a continuación se escapaba con el argumento falaz de que la belleza “es algo subjetivo”.
Pero lo que no es subjetivo es que Carlos Ferreira de la Torre, autor del monumento –junto a Manuel Manzano Monís, arquitecto del conjunto–, fue un artista espléndido y un innovador para su época, como se puede comprobar en las muchas obras que tiene repartidas por Madrid –en el Museo Reina Sofía, en La Paz o en el Centro de Investigaciones Biológicas–. También en las realizadas para el monumento a Calvo Sotelo. Otra cosa es que el conjunto haya sido permanentemente saboteado por el Ayuntamiento, que cuando no le ha movido de sitio, le ha colocado entre paréntesis arquitectónicos o le ha endosado por detrás un pirulí del que, según parece, la IA nada tiene que decir. Pues al robot no le gusta el monumento. Y yo me alegro. Demuestra que aún le queda mucho que aprender.
Foto: Festival de San Sebastián.
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