Gimnasia y magnesia

Dice Villacís que el hecho de que los alumnos del Colegio San Cristóbal tengan que dar sus clases de gimnasia en una plaza pública, al no disponer de instalaciones deportivas en su centro, “debería avergonzarnos a todos”. Y dice bien, aunque a mí me avergüenza un poco más todavía, sobre todo al recordarme en aquel alumno ochentero de otra escuela modesta, que tampoco tenía patio, mucho menos pabellón. Dios sabe cuántas carreras deportivas, incluso olímpicas en aquellos años de Objetivo ’92, se perdieron por las estrecheces logsianas.

Aquel colegio no tenía patio, que ya ni sé qué hacíamos durante los recreos, y el remedo de gimnasio era un sótano grande, umbrío y desamparado, que los profesores trataban como si fuera la Galería de los Espejos del Palacio de Versalles, y donde el eco retumbaba como una prórroga en el Bernabéu . Muchas veces teníamos suerte y, si el buen tiempo acompañaba, la clase se trasladaba hasta el campo de fútbol que había al final del barrio, unos 700 metros andando por aceras estrechas y calles sin asfaltar y con el desahogado profesor de educación física pastoreando como podía a aquella caterva de adolescentes. Qué tiempos para una revuelta escolar, Mariloli.

En aquel campo, por supuesto de tierra –para pisar un campo de césped tenías que viajar a Narnia– y rodeado de un foso poco profundo que todos acabamos visitando alguna vez, lo que se hacía fundamentalmente era correr. Test de Cooper y demás. Y solo de vez en cuando, si había balón, jugar un partido. Otras veces la prueba se volvía más emocionante: consistía en dar vueltas cronometradas a otro colegio que había junto al campo, este sí más grande y con, digamos, peores credenciales académicas. Lo emocionante llegaba cuando los más intrépidos, en lugar de rodear el perímetro, saltaban la tapia y atravesaban el patio, atajando a riesgo de recibir alguna somanta de los autóctonos, que no se andaban con cortesías ni precisaban auxilio de la Otan para repeler la invasión de sus fronteras.

Han pasado unos 30 años de ese jackass cañí que fueron aquellas clases de gimnasia, y las palabras de la vicealcaldesa me han hecho sentir también un poco alumno del colegio chamberilero. Ojalá ellos puedan conseguir unas instalaciones dignas para desarrollar cuerpo y espíritu, ya que muchas vocaciones deportivas de aquella promoción de colegiales de Tetuán se descarriaron de su objetivo olímpico. Por si alguna vez —a la tercera, a la cuarta, no sé ya— suena la antorcha en la Villa.


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1 comentarios

  1. carmen huertas | 18/05/2022 15:41h. Avisar al moderador
    Yo también soy una de esas "despatiadas" y tus palabras me han hecho volver a aquellos días. Gracias   

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