El bofetón

Honestamente, creo que yo también le habría dado al cómico Chris Rock el bofetón que Will Smith le asestó en la pasada gala de los Oscar. Y estoy seguro de que después me habría arrepentido por haberme comportado de esa manera. Pero de lo que estoy aun más convencido es de que, de no habérselo dado, también me hubiera arrepentido. Aunque luego me hubiera vuelto a arrepentir por dárselo.

Lo que quiero decir es que la situación me pareció lo suficientemente emocional como para que alguien actuara emocionalmente, para cometer un error, y resulta obvio que la agresión lo fue. No la justifico: estuvo mal, fue vergonzosa e inaceptable, aunque si quitas los focos, el lugar y a las estrellas, no fue tan extraña: esas cosas pueden pasar, y pasan de vez en cuando.

Sobre todo –y aquí es donde quiero llegar– cuando trabajas bordeando los límites. No me refiero a los manoseados de la corrección política. Rock no la tomó con ninguna minoría ni con ningún colectivo devoto de la ofensa perpetua. De haber sido así, es probable que sus problemas acabasen siendo más complicados que las secuelas de la bofetada.

Me refiero a la burla personal y directa, al escarnio facilón y, probablemente, rencoroso. Más allá de si el chiste estaba a la altura del escenario –si es que acaso aquello fue un chiste–, a la gente no le suele gustar que la humillen en público, y aun les gusta menos a las personas que quieren a quienes son humillados. Dice Ricky Gervais que «los golpes bajos son divertidos», y que «el humor tendría que ser como tirarse un pedo en el funeral de un niño». Suerte con eso.

Chris Rock hizo su “trabajo”, y no hay nada que reprocharle por esa parte. Seguramente hizo lo que sabe hacer, y la vida, el libre albedrío, le respondió de forma tajante con una oblea sin consagrar. No hubo daños de consideración y ahora que Will apechugue y Chris reflexione, o no. Lo que quiera.

Cuenta Miguel Mihura en sus desternillantes memorias la fabulosa historia de cuando el futuro editor de La Codorniz le preguntó si esta sería una revista «para meterse con la gente», a lo que el bonachón de Mihura respondió: «No, nada de eso. Todas las revistas que se publican se meten con la gente. En cambio, en esta revista será la gente la que se meterá con la revista. Es más noble para la revista, y sobre todo, más elegante». Pero, claro, es que Mihura y Rock juegan en ligas sideralmente distintas.

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