Los expertos coinciden en señalar
el año 1927 como el de la llegada de la arquitectura moderna a España. Un hito que se plasmaría en tres construcciones icónicas, realizadas casi simultáneamente:
el Rincón de Goya, en Zaragoza, obra de Fernando García Mercadal –la primera obra abiertamente racionalista de España–;
la Casa del Marqués de Villora, que levantara Rafael Bergamín en la madrileña calle de Serrano,
y, ya en Chamberí, la gasolinera Porto Pi –luego, Gesa–, en la calle de Alberto Aguilera, 18, cuyo autor, Casto Fernández-Shaw, había participado unos años antes en la construcción de los edificios Titanic de Reina Victoria. Casi sin querer, la estación de servicio se iba a convertir en
una referencia cultural para varias generaciones de madrileños, pese a vivir en sus 92 años una insólita peripecia de ave Fénix: ampliada en 1935, fue destruida con nocturnidad en 1977 para satisfacer intereses especulativos, que finalmente no prosperaron; dos décadas después, el Ayuntamiento “obligaba” a reconstruirla, y finalmente, en 2016 la Comunidad de Madrid iniciaba un expediente para proteger el edificio, debido a su “influencia notable en el desarrollo de la arquitectura racionalista española”. Pero,
¿qué hace tan especial a la gasolinera de Alberto Aguilera? Aunque Fernández-Shaw, un racionalista “moderado” de la Generación del 25 –la de
Gutiérrez Soto–, aseguraba que esta obra no tenía “ningún estilo”, el diseño constituye una perfecta síntesis del racionalismo y el expresionismo, al mostrar una estructura funcional y sin ornatos superfluos, donde
se establecen los tres elementos que en adelante se convertirían en esenciales en la tipología de las estaciones de servicio: la marquesina, la caseta de venta y el tótem publicitario.
La estación, en 1958. Del libro "Cincuenta años de Campsa. 1927-1977". Así, en el conjunto destaca una marquesina principal porticada y, a mayor altura, una secundaria, con el objeto de proteger el espacio entre la anterior y la caseta, al tiempo que proporciona luz natural. El interior cuenta con una zona acristalada para exposición de vehículos, oficina y una pequeña vivienda para el empleado. Por su parte, la descentrada torre de hormigón, a cuyo interior se accede por una escalera de caracol, tiene un remate curvo a modo de barco, un guiño –como las marquesinas-alas, que simbolizan la aeronáutica– a la modernidad y el progreso. En resumen, “un definitivo mecano futurista con la eficacia del funcionalismo”, explica la web municipal
Memoria de Madrid. La obra fue encargada en su día por Ignacio Fuster para la empresa “Petróleos Porto Pi”, gestionada por Juan March y que tenía entonces el monopolio del refinado y venta del petróleo ruso en España.
Se construyó en 50 días. Ese mismo 1927 Porto Pi sería expropiada y absorbida tras la creación de la CAMPSA. Ocho años más tarde se constituye Gesa, SL, que ampliaría la estación bajo la supervisión del autor y cambiaría los rótulos.
Demolición “con nocturnidad”
Así permanecería hasta que, a mediados de los 70, sería adquirida por Gesa Carburantes, sus actuales propietarios, que
en marzo de 1977 acometieron una “aparatosa e impune” demolición, que a punto estuvo de acabar con esta obra maestra del racionalismo. La estación fue derruida parcialmente, perdiéndose las partes más significativas –como las marquesinas y el tramo superior de la torre– y desvirtuándose su estética. El revuelo social, impulsado principalmente por estudiantes de arquitectura, hizo que el Ayuntamiento interviniera para impedir que se edificara en el solar. Se llegó entonces al “absurdo” de que la gasolinera siguiera funcionando, sólo que en ruina (
“Madrid. Arquitecturas perdidas 1927-1986”, Casariego, Arean y Vaquero), hasta que
en 1996, y como requisito para obtener licencia para la construcción de un hotel –el actual Leonardo–
en el resto del solar, la propiedad acordó con el Consistorio reconstruir lo demolido. Del proyecto, una réplica exacta a la original, se encargó el arquitecto Carlos Loren Butragueño, que añadió un sótano-almacén bajo la caseta. El edificio actual es pues una reconstrucción completa realizada sobre los restos del anterior, usando los mismos materiales.
La antigua gasolinera "Porto Pi", en la actualidad. En sus casi 90 años de existencia, la gasolinera se ha convertido en un icono popular de esta vía chamberilera, si bien no todos conocen lo que ha significado como parte del cambio de paradigma arquitectónico. Por ello,
la Comunidad de Madrid inició en 2016 los trámites para declarar la obra Bien de Interés Cultural en categoría de monumento –junto a otra estación de Fernández-Shaw, situada en la avenida de Aragón, 388, está ya sí declarada oficialmente Bien de Interés Patrimonial–. Un año después, Patrimonio amenazó con abrir un expediente a los propietarios, debido a la instalación de publicidad no permitida –unos paneles para promocionar la película de Disney
‘Cars 3’–. Advertidos, la campaña se desmontó “en tres horas”. En la actualidad, el expediente se encuentra en trámite, aunque la Comunidad de Madrid espera que salga adelante antes del fin de legislatura. Cuando ocurra, quizá terminen los sobresaltos para este sorprendente monumento,
el primer vecino “moderno” de este barrio castizo. David Álvarez
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