“Verbenita del Carmen/ chamberilera,/ que a Chamberí viniste/ por vez primera,/ de otra barriada/ por la que ha pocos años/ fuiste legada”.
Según ‘El Heraldo de Chamberí’, la iniciativa partió del párroco Alejo García Gutiérrez, que intentó una primera verbena por San Luis Gonzaga (21 de junio), pero que, a la segunda, el Día del Carmen (16 de julio) acertó con un éxito mayor. Ya radicadas en Chamberí, las Fiestas de la Patrona fueron creciendo con los años, y en la década de los 20 estaban ya lo suficientemente arraigadas como para que José Gutiérrez Solana les dedicase un espacio de su Madrid callejero, señalando que la verbena del “bullanguero barrio de Chamberí” es “una de las más importantes y renombradas” de la capital. Fiestas del Carmen de 1935. Foto: Santos Yubero. Archivo Regional de la Comunidad de Madrid. También Ramón Gómez de la Serna se haría por entonces eco de lo que sucedía en el barrio: “Una verbena a la que se va de visita, y no a ese paraje de desgarre y descoco que es el de otras verbenas”, y que, además, “preside la santa más humana y campechana del santoral, la santa con mantilla en vez de manto”, añade. O, como en los versos de Martín de Mendoza:
“Aquellas almas nobles/ tan españolas,/ de manolos, chisperos,/ majas, manolas,/ raza bendita,/ la verbena del Carmen/ las resucita”.
Cabezudos, tiro al blanco y organillos
Pero, ¿cómo eran aquellas primeras fiestas? Según el libro Chamberí en blanco y negro, de Juan Miguel Sánchez Vigil y María Olivera Zaldua, el aspecto era “el de las zarzuelas, con señoritas ataviadas con mantillas, jóvenes de gorra a cuadros, damas de abanico y sombrilla y señores de canotier”. Había cabalgatas, carreras de cintas, conciertos y fuegos artificiales. El día de la inauguración, la banda municipal llegaba tocando desde Bilbao y Quevedo hasta Álvarez de Castro. Por la mañana recorría las calles la tradicional comparsa de Gigantes y Cabezudos, cuyas libidinosas prácticas –intolerables hoy en día– quedaban bien reseñadas en el artículo de Solana: “Estos [los cabezudos] reparten muchos pellizcos a las mujeres y cuando pasa alguna paisana conocida, le dan una buena mano de sobos”. El éxito de las siguientes jornadas llegaba con los tiovivos, los innumerables puestos de tiro al blanco o los “tubos de la risa”, grandes toneles vacíos donde niños y mujeres entraban a girar y caían y salían despedidos; también habla Solana de la barraca de la boda de Pepito; del Museo Granero, que representaba con figuras de cera y en tamaño natural los tres momentos de la cogida y muerte del torero Manuel Granero, o de la Retreta del Homenaje a la Vejez, una carroza que bajaba por Trafalgar y donde unas “chicas guapas del barrio de Chamberí” acompañaban a sus vecinos más longevos. Por último, el vecino Solana se acerca a Olavide, donde “media docena de organillos ponen música de chotis en las puertas de las añejas tabernas La Gloria y El Infierno. Todo gira en Olavide: las parejas, en torno a sí mismas, marcando pasos muy madrileños, y las numerosas bicicletas, por el círculo de la plaza”. Tampoco cabe olvidar las célebres kermeses, grandes bailes instalados en la calle, acotados y de pago. Por lo general, estaban organizados por el Ayuntamiento y se mantenían durante todo el verano. Las había en la Plaza de Chamberí, en Fernando el Católico con Escosura, en Espronceda con Modesto Lafuente o en los generales Álvarez de Castro y Martínez Campos. Procesión de la Patrona en 1935. Foto: Santos Yubero. Archivo Regional de la Comunidad de Madrid. Tras la Guerra Civil se recuperaron las fiestas, que comenzaban con teatro en el Fuencarral a beneficio de los desamparados de la Casa de Socorro y desfiles de belleza con aspirantes al título de “Carmen de Chamberí”. También se mantenían los fuegos artificiales, las rondallas y la tradicional procesión por Eloy Gonzalo, Cisneros, Luchana y Santa Engracia.
Pérdida del casticismo
Durante los años 60 mantuvo su casticismo, aunque la década siguiente marcaría el comienzo de su decadencia. En 1975 mantenía no obstante “todavía su carácter decimonónico”, con sus farolillos, guiñoles, coros, organillo y limonada, “pero la juventud ya se había decantado por las discotecas y una veintena de cines habían cerrado sus puertas por la competencia de la televisión”, señala el libro Historia de Chamberí, editado por el Ayuntamiento. En 1971, el escritor Juan Antonio Cabezas escribe esto: “Desde hace unos años la verbena de Chamberí se ha bajado a la prolongación de La Castellana, junto a los edificios en construcción de los Nuevos Ministerios. El lugar es amplio, pero a los vecinos de Chamberí les queda un poco lejos, y además no es lo mismo ver esas barracas típicas en las calles de Eloy Gonzalo, Santísima Trinidad y la Glorieta de Iglesia, que en una avenida moderna. Pero el progreso, los tiempos y el alcalde, mandan”. Pero éste tampoco sería el último traslado que sufriría la verbena de la Patrona chamberilera.
3 comentarios