Una mujer de Granada, de una eufemística “mediana edad”, ha denunciado una posible estafa al advertir que la persona con quien mantenía una relación a través de las redes sociales, y a la que había entregado 170.000 euros, podría no ser quien aseguraba. El presunto amante y estafador virtual no era sino Brad Pitt, una de las personas más famosas del planeta, prototipo de hombre cañón y cuarto actor mejor pagado de Hollywood –con un caché de 30 millones de dólares por película– quien habría necesitado el dinero de una herencia reciente de la granadina para sus futuros proyectos cinematográficos. Según su abogado, la denunciante llegó a estar convencida de que Brad se había prendado de ella, y que incluso tramaba ya una futura pedida de mano, quizá también telemática, y obviamente precedida de un nuevo pellizco a su cuenta corriente.
Conocida la noticia, las redes sociales no tardaron en llenarse de memes, sarcasmo –“pues a mí me pidió menos dinero”–, y de esa superioridad intelectual que otorga el traspié rotundo y flagrante, cuando son los demás quienes yerran. Por supuesto, no faltó el comentario de “y esto (sic) vota también en un mes”, de quien piensa que el derecho al sufragio debería ser una prerrogativa exclusiva de “listos” como él, o ella.
Hubo también, en mucha menor medida, comentarios compadeciendo a la víctima, deduciendo una situación vital desesperada, una soledad insoportable que le habría llevado a confiar en la cibernética cháchara del improbable Brad, quien llegó a asegurar a la interfecta que sus rasgos de mujer andaluza encajaban como un guante en un personaje de su próximo largometraje.
Entretanto, yo pensaba en los meses, quizá años, que esa mujer vivió con la certeza de estar saliendo con uno de los guapos oficiales de la humanidad; qué sensación no le embargaría al verle en alguna de sus películas, acudiendo a algún estreno –tras los cuales ella incluso le recriminaba por Facebook si le enfocaban en compañía de otra–, o viéndole en las portadas de revistas de todo el mundo; cómo se iría a dormir sabiendo que aquella noche Brad Pitt soñaría con ella. ¿Se lo confesaría a alguien, para darse importancia? Es probable que no, porque en ese caso, las mentes más prosaicas le habrían advertido sobre la irracionalidad de su secreta ilusión. “Todo lo que puedas imaginar es real”, dicen que dijo Pablo Picasso. Pues bien: Brad fue verdad mientras ella lo creyó. Un delirio que quizá hasta compensara esos 170.000 euros.
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