Dicen que todo el mundo debería tener en la vida al menos un amigo fontanero, otro abogado, y un tercero del que siempre me olvido. Creo que era concejal de Urbanismo. Y es que vivimos tiempos en los que cada vez cuesta más encontrar buenos profesionales. No digamos en el periodismo, probablemente la profesión más precarizada, venal e hipócrita del momento. O en la hostelería, por ejemplo. O yo tengo mala suerte, o muchos camareros parecen hoy llevar unas anteojeras como los caballos de tiro para evitar la visión periférica y mirar sólo lo que tienen enfrente, que a veces tienes que hacer una pirueta a lo Simon Biles para que se den cuenta de que llevas 15 minutos intentando que te cobren. Por eso cuando das con uno competente te crees que te ha tocado el Euromillón. El aguililla al que no se le escapa nada, que no se escaquea, tiene mano izquierda y un trato cordial sin ser excesivamente cercano ni gracioso.
Hace unos años conocí a José Luis, un formador de camareros que era un espectáculo detrás de la barra. Se parecía a Tom Cruise en Cocktail pero sin las filigranas con los vasos y calvo, con gafas y unos cuantos trienios cotizados más que Brian Flanagan. Igualito, vamos. Un psicólogo sin diván que flotaba como Gene Kelly solo que con pies planos y sin sentido del ritmo. Podías estar una hora sentado en un taburete sin pedir nada, únicamente viéndole atender. Nada de lo que hacía era improvisado, y cuando después te lo explicaba era todavía mejor.
El valor de estos trabajadores en vías de extinción se incrementa cuanto más delicada es su labor. Recientemente pasé casi unos días en la tercera diagonal de Digestivo de La Paz, y allí pude comprobar de primera mano el desempeño de unos cuantos jóvenes profesionales –Aitana, Álex, Laura, y demás, gracias por todo– que iluminaban con su pericia y cuidado las horas sombrías que se dan en estos recintos. Siempre con una sonrisa, empatía y solvencia iban lidiando, habitación por habitación, las impaciencias –y las impertinencias– de los que allí penaban. Se veía que tan sólo su presencia reconfortaba ya a los pacientes, a diferencia de lo que ocurría con otros que simplemente despachaban su labor como el oficinista o el empleado de una cadena de montaje. Lo dicho: el mayor espectáculo del mundo hoy es ver trabajar a un buen profesional.
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