El ojeo y “la hora de ligar”

Andaba el verano sin nada informativamente que llevarse a la boca más allá de las consabidas olas de calor, las invasiones de medusas o lo malos que son los turistas: los turistas madrileños, concretamente. Fodechinchos es la palabra que ha hecho fortuna este año, expelida por esos sexadores de foráneos que luego no tienen problema en visitarnos en Navidad o en enviar a su descendencia a estudiar a esta tierra de maleducados y gritones. O sea.

Estábamos pasando los calores, decía, ahítos de actualidad informativa, hasta que llegó la “hora del ligue” en Mercadona, y ahí ya sí: ahí todas las televisiones, radios y periódicos del país pusieron a sus redacciones a trabajar en algo de interés real. La serpiente veraniega llegó, como casi todo el contenido periodístico en esta época, a través de las redes sociales: un vídeo en TikTok que se hace viral y acaba en sólo un par de días con la inefable Paz Padilla haciendo su particular performance en un súper, y con la policía desalojando en otro a decenas de improbables clientes y adolescentes rijosos.

Independientemente de si aquello era una invención –una fake news– para tener un tema de conversación o bien una campaña, planeada o no, de la propia cadena de supermercados –ojalá lo haya sido–, lo que me ha hecho verdadera ilusión del tema ha sido descubrir que el ligar de modo cabal, al ojeo, sigue teniendo sus adeptos. En una época donde encargas la comida, la ropa o el transporte sin salirte del móvil, y donde los escarceos amorosos se apalabran igualmente desde una aplicación, parece que hay un rayo de esperanza para quienes aún prefieren acudir directamente al tentadero a comprobar –y a ser comprobado, faltaría más– cómo está el género.

En mi época adolescente, Juan Roig apenas iniciaba en Valencia su conquista de las neveras españolas, pero tuvimos la suerte de estrenar La Vaguada, el primer centro comercial que se abrió en Madrid, y allá que íbamos decenas de grupos de chicos y chicas a dar vueltas por sus plantas por si surgía el flechazo, siguiendo un ritual canónico de cortejo. Entonces no hacían falta piñas ni tiktoks para saber quién estaba en el ajo, y alguna cosa surgió, amistades pasajeras principalmente. Y eso: que esta “hora del ligue” me ha hecho esbozar una sonrisa nostálgica, y que no todo tiene que ser ir descartando fotos desde el sofá, como quien pasa cromos repetidos, del prosaico Tinder.

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