En 1925, Clotilde donó al Estado español los “cuadros, apuntes y dibujos” del pintor valenciano más célebre y la casa donde vivieron desde 1911, para que se creara un museo en su memoria, en el número 37 de la calle del General Martínez Campos.
El estudio de Sorolla es uno de los mejor conservados del siglo XIX. Foto: Museo Sorolla.
La Fundación Museo Sorolla funcionó hasta 1993, cuando las normativas ya no permitían al Estado tener una fundación, lo que dividió la institución en el Museo Sorolla (www.museosorolla.mcu.es), dependiente del Ministerio de Cultura, y la Fundación Museo Sorolla.
Fueron los hijos del pintor quienes transformaron la donación de su madre en una realidad; en concreto, Joaquín Sorolla García, el único varón y primer director del museo, quien también residió en la casa hasta su muerte. Desmontaron las zonas íntimas y las convirtieron en salas de exposición. “Y ahora nosotros recogemos el legado de Clotilde adaptado a la mentalidad del siglo XXI”, explica la responsable de comunicación del Museo Sorolla, Covadonga Pitarch.
“Creemos que el museo y la cultura tienen que estar abiertos a todas las edades y que éste es un sitio para disfrutar”, dice Pitarch y, según esa idea, han enfocado su actividad educativa en tres líneas: un programa para colegios de toda España (visitas guiadas gratuitas adaptadas al currículo escolar), las actividades para familias de los fines de semana, y el proyecto para el público adolescente “Sorolla entre nosotros”, financiado por la Obra Social la Caixa, que permite que los alumnos de Secundaria y Bachillerato ofrezcan la visita a sus compañeros.
La casa perfecta e inaccesible
Levantada sobre dos solares en una zona residencial elegante, entonces en construcción y a las afueras de Madrid, la casa donde el artista murió en 1923 fue “su vivienda perfecta”, según la encargada de comunicación. En ella disfrutó de su familia y su trabajo y se entretuvo plantando flores y arbustos.
El jardín de la entrada es considerado una obra más del artista. Foto: Museo Sorolla.
Sorolla intervino en el diseño de los jardines de su casa, de los primeros de estilo neoespañol que hubo en la capital. “Viajó mucho a Andalucía y estaba enamorado de sus patios”, explica Pitarch, que cuenta que compraba las plantas en La Alhambra y las mandaba hasta casa en tren. “El jardín es una obra suya más, es un jardín histórico”, subraya.
Eso le ha valido que todo el edificio, incluido el jardín, fuera declarado Bien de Interés Cultural, una protección que exime al museo del cumplimiento de la ley de accesibilidad, “lo cual no quiere decir que no nos preocupe; de hecho, es la prioridad del proyecto de ampliación”, apunta la representante.
El Ministerio de Cultura está trabajando en la ampliación de las instalaciones (principalmente, interiores) y en hacerlas 100% accesibles y se prevé que este año salga el concurso para la adjudicación de las obras. “Dotará al museo de más servicios públicos, hoy en día fundamentales, como un ropero, una zona de acogida para grupos, una cafetería, un auditorio en el que celebrar conciertos y conferencias…”, dice Pitarch.
Aunque Sorolla vivió sus últimos años sentado en una silla de ruedas, el jardín que plantó y pintó nunca podrá ser accesible. “Para solucionarlo tendríamos que dinamitarlo y es una pieza de museo más”, añade la responsable de comunicación. “Tenemos que conseguirlo sin destruir lo que tenemos”.
Cristina Sánchez
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