Química y fundiciones: de Safont y a los Bonaplata
Otro de los sectores fecundos en la zona fueron las empresas químicas, que contaban con el antecedente de la fábrica de Ángel Safont, a la que siguió la de cerillas de fósforo de La Colonia, en el barrio de Marconell –uno de los núcleos del posterior Arapiles– o una de lejías en la calle de Carranza. También hubo varias industrias de bujías esteáricas –Nuestra Señora del Carmen o La Iberia, en Bravo Murillo, 1– y la fábrica de gomas Hutchinson, cuyas chimeneas, ya inactivas, podían verse en Santísima Trinidad con Santa Engracia. Ninguna, en cualquier caso, tan importantes como la fábrica Gal, fundada en 1885, y de la que hablaremos en un capítulo posterior. Poco a poco las fundiciones comenzarían a poblar el barrio, como la Fundición de Hierro Sanford o la Fábrica de Hierros Bonaplata, instalada en Santa Engracia y que anteriormente había suministrado las piezas de metal para levantar la iglesia de Chamberí. Los Bonaplata fueron además una de las principales familias promotoras de vivienda en el barrio. Fábrica de Hierros Bonaplata. Foto: Wikipedia. Entre las dedicadas a la alimentación cabe destacar las múltiples dedicadas a la elaboración de gaseosas y cervezas, como La Deliciosa, también en Santa Engracia, La Madrileña –en Fernández de los Ríos– o La Covadonga. También son recordadas La Revoltosa, ubicada en Bravo Murillo y una de las más antiguas de Madrid, El Gallo, o quizá la más célebre de El Laurel de Baco. De todas ellas hablaremos igualmente más adelante. También hubo en Chamberí muchas tahonas. Tantas como 22, que en 1904 se decía que producían una quinta parte de todo el pan madrileño. En este punto no podemos olvidar la churrería que regentó en Blasco de Garay Mariano Atienza, el primer churrero del barrio y–dicen– de toda la capital. Al menos, el primer documento con la denominación “fábrica de churros” –una petición de licencia– pertenece a este chamberilero, y data de 1887.
Chocolates La Española
Siguiendo con los dulces, en la segunda mitad del XIX destacó en la industria chocolatera la compañía La Española, fundada en 1866 por Salvador Cunill Vergés en el Paseo de Areneros –vía que más tarde sería Alberto Aguilera, y que por entonces era una zona industrial situada a las afueras–. La fábrica contaba con maquinaria a vapor, una última tecnología que mejoraba la producción y comenzaba a desplazar tanto a los artesanos como a los productores a gran escala, según explican Enrique Ibáñez y Gumersindo Fernández en sus “Comercios históricos de Madrid” (La Librería, 2017). Caja de chocolates de La Española. Foto: Tesoros del Ayer. Sus chocolates, cafés y tés eran muy solicitados por la alta sociedad madrileña e incluso llegó a ser proveedora de la Casa Real. En 1884, el fallecimiento de Cunill sumió a la compañía en una lucha interna entre los socios y la viuda del fundador, Emilia Coarasa. Ésta fue finalmente quien tomó las riendas de La Española, poniendo los mimbres para su relanzamiento: redujo la plantilla y compró nueva maquinaria en EEUU y Alemania para la fábrica, que llegó incluso a funcionar con luz eléctrica. Una década después que su marido fallece Emilia, dejando la gestión en manos de su hijo, quien abrió la firma a nuevos socios y en apenas dos años se deshizo de ella.
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