Un año más, el Ayuntamiento de Madrid vuelve a tratarnos como a niños traviesos, conminándonos a “hacer magia” por no decir a las bravas que dejemos de esparcir basura por las calles de la ciudad. “El truco está en depositar los residuos siempre dentro de su contenedor”, explica a quienes prefieren dejarlos en cualquier sitio y desaparecer, que también es muy de magos.
Todo esto a las puertas de que los madrileños empecemos a pagar la nueva tasa de residuos, el rejón –¿el errejón?– que nos van a meter a una media de 140 euros por vivienda y 300 euros por comercio, y que el alcalde se ha apresurado a anunciar a la vez que una bajada minúscula del IBI, como aquel azúcar con el que la píldora de Mary Poppins pasaba mejor. A mí esto, más que magia, me parece trile.
Claro que nuestro Consistorio podría hacer mucho más por mejorar el estado de limpieza de la ciudad, pero no parece que martillearnos con campañas infantiles e indulgentes sea una de esas cosas. Sobre todo, cuando estas caen en una ciudadanía que tiene ya tomada la medida al gobernante y considera que está fuera de toda responsabilidad. Cada semana llegan a la redacción o vemos en las redes sociales fotografías y vídeos de puntos negros de mierda que resultan incomprensibles: bolsas de basura tiradas en cualquier parte, residuos amontonados alrededor de contenedores a medio llenar, o colocados encima de las tapas por no levantarlas. Y los colchones. ¿Pero cuántos colchones sobran en una ciudad de tres millones de habitantes? ¿Con cuánta frecuencia los renueva esta gente? Quien baja de la oficina a fumarse un pitillo, al acabar tira la colilla en la acera, el que se toma una lata de cerveza en la calle la deja en el alféizar de cualquier ventana, y los perros van minando las aceras sin ningún pudor, porque una cosa es ser animalista y llamar bebé a tu Toby, y otra recoger sus cacas. Juan, el portero de Zurbano que lleva 10 años cuidando y haciendo florecer su alcorque, reza cuando acaba su jornada para que al día siguiente cada planta siga en su sitio. Algunos las roban, pero la mayoría las pisotea. ¿Pero esto qué es?
Así que cuando uno está a punto de perder la fe en la humanidad, llega una catástrofe como la de Valencia, ves ese ejemplo de civismo, y piensas: ¿Y si fuéramos así? Sería mágico.
Foto: Lola Blanco.
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