El “jardín” del portero de Zurbano: una década mimando su alcorque

Juan lleva años cuidando sus plantas frente al portal donde trabaja


Hace 11 o 12 años, el Ayuntamiento de Madrid retiró el árbol que había frente al número 58 de la calle de Zurbano, para plantar uno más pequeño, que ocupaba un espacio mínimo en su correspondiente alcorque. Fue entonces cuando a Juan, portero de la finca, se le ocurrió “meterse” a jardinero y sembrar algunas plantas que dieran vida y color al reducido espacio. Una ocurrencia con la que lleva ya más de una década y que le ha hecho famoso entre los vecinos, y al jardín-alcorque, un punto de atracción fotográfica en el barrio. “Por aquí pasa mucha gente, y muchos se quedan alucinados de lo bonito que está, y hasta le hacen fotos”, nos explica.

Claro que no siempre es así. “Hay gente mala que se lleva las plantas, o las pisotea. Además, como el bordillo de la acera es bajo, los coches atropellan y tiran los palos” o la pequeña valla que sirve de perímetro del improvisado jardín. El pasado verano, este “Sísifo ecológico” a punto estuvo de desistir. “Tenía uno precioso, hecho con maderas de palé, y a la vuelta de vacaciones lo encontré destrozado. Me cabreé y no pensaba volver a ponerlo, pero muchos vecinos me piden que lo haga, y me convencieron”, reconoce.

Juan coloca unas plantas u otras en el alcorque, “según la época del año”. Ahora tiene brezos –compró cinco “y un vecino me compró otros cuatro”–. “Una vez puse cactus, porque las plantas bonitas no duran, se las llevan a casa. Tenía un ciclamen muy hermoso y un día, al volver de desayunar, lo habían arrancado”, recuerda. “Todos los fines de semana me santiguo antes de irme, pensando en cómo me los encontraré a la vuelta”, añade.

Además de sus quehaceres en el edificio, Juan asegura que tiene una labor extra cada semana con su jardincillo. “Lleva su trabajo. Hay que ir cuidándolo y vigilar para que no rompan los palos o los dueños no metan a sus perros a pisotearlo todo”. El portero de Zurbano rememora también la vez, hace unos años, en que llegaron unos operarios del Ayuntamiento picando los alcorques. “En el mío había una hiedra estupenda, pero me dijeron que tenían orden de quitarlo todo. Les comenté que no eran hierbajos, pero les dio igual: la arrancaron y la dejaron en un saco de escombros”.

Su desinteresada y sostenible tarea ha calado en los alrededores, tanto que otros conserjes ya han copiado la idea, pese a los disgustos que se lleva con cada hurto o cada estropicio. De lo que no cabe duda es de que se ha ganado el aplauso del barrio: “El hombre no se rinde, cada vez que se lo destrozan, vuelve a plantar. Y tiene claro una cosa: si Madrid es tan verde como dice ser, que lo demuestre”, remata una vecina.


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