Inaugurado en 1916, el edificio permaneció 15 años abandonado, hasta mediados de los 80, que fue adquirido por la Comunidad de Madrid
El Hospital de Maudes, la pieza maestra de Palacios que se salvó de las ruinas
David Álvarez, 13 de octubre de 2022
A finales de la primera década del siglo XX, la benefactora Dolores Romero Arano, viuda de Curiel, decide levantar en un amplio terreno propio junto al paseo de Ronda –hoy Raimundo Fernández Villaverde– un hospital de 150 camas dedicado a San Francisco de Paula, destinado a la asistencia gratuita a los jornaleros de la zona, para que no tuvieran que desplazarse hasta el más lejano de Atocha. Hacía apenas tres años del mayor accidente laboral de la capital, el hundimiento del Tercer Depósito del Canal de Isabel II, a escasos metros de donde se ubicará el sanatorio, en las cercanías además de los populosos suburbios de Cuatro Caminos y Tetuán.
Por aquellas fechas, el Palacio de Comunicaciones –actual sede del Ayuntamiento de Madrid– llevaba un año construyéndose según el diseño de Antonio Palacios, en colaboración con Joaquín Otamendi, lo que había granjeado al arquitecto gallego una cierta popularidad que le valió para que la filántropa Romero le escogiera personalmente para encargarse del proyecto benéfico, que también desarrollará junto a su socio Otamendi. Considerado el principal arquitecto de la transformación de Madrid en metrópoli moderna, Palacios fue además el responsable del diseño de las primeras estaciones de Metro (1919) y del logotipo del suburbano. Entre los múltiples edificios que le debe la capital, cabe también destacar el Círculo de Bellas Artes o el antiguo Banco Español del Río de la Plata, el célebre edificio de las Cariátides de la calle de Alcalá, hoy Instituto Cervantes, cuya construcción fue casi simultánea al Hospital de Jornaleros (1908-1916).
El terreno elegido para su construcción, una manzana aislada y delimitada por las calles de Maudes, Alenza y Treviño, además de la citada Ronda, estaba por entonces alejado del centro de la ciudad, en un contexto que puede apreciarse en fotografías antiguas y que “encaraba el horizonte despejado del norte madrileño, ahora encorsetado de casas, vías urbanas y plazas de aparcamiento”, explicaba el arquitecto y docente Juan Daniel Fullaondo.
Infecciosos, aislados
El Hospital de Maudes es sin duda una de las piezas maestras de Antonio Palacios, pero también una de las de mayor singularidad arquitectónica de la capital. El edificio tiene una planta radial, casi como un asterisco, y se organiza en torno a un gran patio central octogonal y a cuatro galerías distribuidas en forma de aspa; cuenta además con dos edificios adyacentes y una iglesia. En las diagonales, Palacios y Otamendi instalaron cuatro pabellones donde se ubicaban las habitaciones de los pacientes, abiertos a los jardines y con ventilación cruzada, mientras que en uno de los ejes principales de la manzana se situaban, enfrentados, la iglesia y el edificio administrativo, de acceso por la calle de Maudes. Esta ubicación del templo rompía el esquema tradicional de estas edificaciones, como veremos más adelante.
A un lado de las aspas, en el eje horizontal, se hallaba el pabellón de infecciosos, con fachada hacia Alenza y aislado del resto del complejo, aunque conectado subterráneamente con el depósito de cadáveres y la sala de autopsias, cuyos pasadizos son hoy transitables y sirven de inquietante escenario para rodajes cinematográficos. Esta sala que hace un siglo acogía a enfermos contagiosos ha sido bautizada hoy como Pabellón Antonio Palacios y se usa para la celebración de eventos, aunque en la actualidad está pendiente de reforma.
Enfrente del citado pabellón, al otro lado del eje y en el lado más cercano a la calle de Treviño, se encontraba la Sala de Cirugía, unida al cuerpo central del inmueble mediante una pasarela de hierro y cristal, que Adolfo González Amezqueta, experto en la arquitectura de Palacios, califica como “una sorprendente pieza puramente tecnológica y que probablemente sea uno de los ejemplos primitivos más rotundos de racionalismo tecnológico”. La sala acoge hoy la biblioteca.
Cambio en la iglesia y el valor de la piedra
Aunque Palacios replica en Maudes la tipología tradicional de los hospitales de la época, el proyecto incorpora abundantes modificaciones, como los desplazamientos del pabellón de cirugía o la iglesia, que normalmente se situaba en el centro, y que en esta ocasión se traslada al muro norte, con acceso por el Paseo de Ronda, donde levanta su fachada principal. La justificación del cambio es que, siendo esta la vía más importante de cuantas rodean el edificio, en ella debía estar la parte más monumental.
A esta iglesia se ingresa por una amplia escalinata, bajo un pórtico de gran elevación y resalta en ella el “sugestivo ambiente” que proporcionan las vidrieras coloreadas, obra de la célebre Casa Maumejean, que Palacios también emplea para la cúpula del Banco Español del Río de la Plata. Por su parte, las torres de la iglesia sobresalen del conjunto horizontal y recuerdan a las del Palacio de Cibeles.
Otros aspectos destacables del proyecto es la elección de galerías de comunicación y escaleras abiertas, con objeto de que no pudiera encauzarse el aire viciado, o la búsqueda de la diafanidad en el interior, con cristaleras que dan a los diferentes patios y que permiten ver los jardines en toda su extensión como a través de una transparencia.
Desde el exterior, el hospital se distingue por esa monumentalidad que ofrece el tratamiento pétreo de la fachada, con piedra caliza y granítica “colocada casi como viene de la cantera”. Para Amezqueta “no hay más implicaciones estéticas que las propiedades del material, en este caso la piedra, tratada con una potencia y libertad que revelan una mano de indiscutible calidad”. No obstante, Palacios y Otamendi pretenden aliviar esta dureza mediante el uso de cerámica en los interiores y, sobre todo, en las fachadas, a partir de azulejos elaborados por Daniel Zuloaga –tío del famoso pintor–, de diferentes colores y con formas de gota de agua, lustrados de manera que proporcionan reflejos de diferentes tonalidades según la luz solar recibida.
“Casa” de ratas y gatos
El edificio funcionó según su uso original hasta el inicio de la Guerra Civil, cuando fue transformado en hospital de sangre para atender a los heridos del frente. A partir de 1939 serviría algunas décadas como hospital militar, hasta que a mediados de los 60 sería abandonado a su suerte. Esto se explica, además de por la desidia de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, responsable de su mantenimiento, por el descenso de la popularidad de la obra de Palacios en los años posteriores a la contienda.
En 1975 el concejal Enrique Villoria expone la desoladora situación del magnífico edificio, alertando del “peligro que corre”, y solicita al Ministerio de Gobernación su reforma y conversión en centro cultural y benéfico. Para entonces, las ratas y la maleza se habían adueñado del antiguo hospital, también habitado por indigentes y conocido como “la casa de los gatos”. Paradójicamente, es en esta época cuando se le declara Monumento Histórico Artístico (1979).
A finales de los 70 y principios de los 80 el edificio ya centra la actualidad municipal, con el Ministerio de Sanidad anunciando una posible subasta pública mientras el movimiento vecinal, con las asociaciones vecinales El Organillo y Cuatro Caminos-Tetuán al frente, iniciaban su lucha por la rehabilitación y apertura a la ciudad. En aquellos años, el diario ABC advertía de que “si nadie acude en socorro de esta pieza admirable de arquitectura, va a suceder que Madrid contará con el único monumento histórico artístico del país destinado a albergue de pandilleros y refugio de maleantes”.
Finalmente, la Comunidad de Madrid, creada tres años antes, adquiriría el inmueble en subasta pública en mayo de 1984, por un precio de 235 millones de pesetas, para instalar la Consejería de Ordenación Territorial, Medio Ambiente y Vivienda –hoy alberga Transporte, Infraestructuras y Vivienda–. La reforma, encargada al arquitecto Andrés Perea Ortega, se llevó a cabo en dos años e incrementaría la factura hasta los mil millones de pesetas, debido a los profundos daños ocasionados por 15 años de abandono.
Los trabajos trataron de recuperar los valores originales de la obra, y dotarles de una nueva funcionalidad. Entre los cambios cabe señalar el vaciado del patio hacia Maudes, que obligó a desmontar la escalinata y trasladar la fuente central, para crear un nuevo vestíbulo de acceso en el subsuelo. Excluida de la adquisición quedó la iglesia, dedicada a Santa María del Silencio e inaugurada en 1973 como la primera parroquia para personas sordas y sordociegas, y que en la actualidad sigue perteneciendo a la fundación benéfica.
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