Recorrido por los principales comedores del distrito
Las colas del hambre ponen a prueba la capacidad de respuesta de la atención social en Chamberí
Isabel Garrido, 9 de diciembre de 2020
Saber que la puerta de los comedores sociales iba a mantenerse abierta durante estos meses ha sido la gota de esperanza que ha mantenido en pie a miles de personas, desde que comenzó la pandemia. La crisis del coronavirus ha atacado frontalmente a los más vulnerables y ha hecho surgir un nuevo perfil de individuos que, de un día para otro, perdieron su trabajo y sin ningún tipo de ingresos se vieron desprotegidos. La situación de los comedores y centros de recogida de alimentos del distrito descrita por sus responsables ha sido dramática y el número de personas en busca de comida ha crecido desmesuradamente, visibilizando su importante labor.
A finales de marzo la cola del Comedor Integral Vicente de Paúl ya se había duplicado de las 200 personas habituales a las 400. En abril superaba las 500 y en mayo llegó a alcanzar los 600 usuarios diarios. En este tiempo, el comedor del paseo del General Martínez Campos mantuvo sus puertas abiertas a todas las personas necesitadas. Los peores momentos de la pandemia imposibilitaron la organización de comidas in situ, por lo que hasta septiembre estuvieron repartiendo bolsas de comida a quienes acudían.
Las familias que han atendido en este periodo también han aumentado, alcanzando las 94, compuestas por unas 350 personas, que se suman a los adultos mencionados. Su directora, Sor Josefa Pérez Toledo, arroja una cifra desgarradora: “Hemos llegado a las 1.000 personas diarias”. Uno de los problemas que incrementó la situación fueron los comedores de los colegios. “Desde el 11 de marzo los niños se quedaron en sus casas y había que dar mucha más comida y asistencia en el turno de familias”, comenta.
El 20 de septiembre tomaron la determinación de abrir de nuevo su comedor, reestructurándolo para cumplir todas las medidas de seguridad. Para ello han debido reducir su aforo a la mitad y han continuado aprovisionando con la bolsa de alimentos a quienes no pueden comer en el interior de sus instalaciones. La organización ha sido clave para poder hacer frente a la necesidad. Ahora la cifra se ha reducido hasta los 550 usuarios diarios, se han ampliado los horarios para que las personas puedan acudir de forma más espaciada y, aunque siguen manteniendo a las mismas familias, el número de personas ha descendido, también gracias al funcionamiento de los comedores escolares.
Alimento y compañía
En el Comedor Social Santa Isabel la pregunta que más se repite es cuándo podrán volver a entrar en sus instalaciones. A mediados de marzo también tuvieron que interrumpir su servicio de desayunos, comidas y cenas, y comenzaron a repartir una serie de provisiones. En este comedor gestionado por la Comunidad de Madrid, sus 210 usuarios pueden recoger los alimentos en turnos organizados, tres veces por semana, con el fin de reducir los flujos de asistencia. Su director, Carlos Bote Llorente, destaca que no se trata únicamente de “un lugar donde las personas vienen a buscar alimento, también vienen a buscar relaciones”.
Esta reflexión se repite también en Cachito de Cielo, donde señalan que “a las personas les gusta entrar, sentarse y conversar”. En marzo se vieron obligados a cerrar y en mayo, al ver la enorme necesidad, reabrieron retomando su reparto. Las solicitudes no paran de aumentar. La Hermana Rosa María, responsable del comedor, explica que las familias deben estar inscritas para acudir a la recogida.
Para mantener las medidas sanitarias, las personas ya no entran en el recinto. Ahora colocan una mesa en la puerta y desde ahí organizan el reparto. Su servicio de desayunos no pudo ponerse en marcha hasta septiembre y una de las grandes diferencias que han encontrado los usuarios es la forma de consumirlo. Al igual que ocurría en el Santa Isabel, en Cachito de Cielo han experimentado un descenso en el número de desayunos que sirven, de 300 a 200. Según declaran desde la calle de Monte Esquinza, la mayoría de personas que vienen en busca de un desayuno están en situación de calle y al no poder entrar en las instalaciones pierden la sensación de acogida y calor que trataban de transmitirles.
Un plato en una mesa
Viendo como muchos espacios iban cerrando, el Centro de Día Luz Casanova decidió seguir sirviendo comida en mesa, atendiendo principalmente las necesidades de los más vulnerables. “Con las personas en situación de calle no podemos garantizar ni cuándo se la comen ni la manera en que lo hacen”, aclara su coordinador, Antonio Miralles. No obstante, para poder gestionar el centro atendiendo a la situación, redujeron el aforo, redistribuyeron las estancias, los turnos del personal y reorganizaron el equipo de voluntarios, ya que tradicionalmente estaba formado por un colectivo de riesgo: mujeres del barrio jubiladas, a las que aconsejaron que se quedaran en casa.
De esta forma, ampliaron los horarios del comedor para evitar aglomeraciones en horas concretas, así como la forma de acceso. En consecuencia, también tuvieron que reducir el número de plazas disponibles. Miralles comenta que cuando el Ayuntamiento abrió los dispositivos de Ifema y Marqués de Samaranch para atender a personas sin hogar, notaron una reducción de usuarios. Sin embargo, las 80 personas que seguían acudiendo a su centro en aquel momento “estaban en situación de calle muy gorda, porque no habían conseguido entrar en los recursos de atención del Ayuntamiento”. Ahora en diciembre, alimentan a unas 100 personas de las 140 a las que atenderían en una situación normal.
En Luz Casanova señalan que estos meses han comprobado la aparición de nuevos perfiles de usuarios, que han emergido como consecuencia de la crisis. A las personas que ya estaban en esta situación, y cuyas dificultades han aumentado drásticamente, se suman aquellas que tenían una vida normalizada y de pronto se han visto desprotegidas y teniendo que asumir una situación de absoluta vulnerabilidad. Miralles también apunta a un grupo que sin ser muy numeroso presenta grandes dificultades. Se trata de las personas con problemas de salud mental en situación de calle, que “no tenían ni las herramientas ni las habilidades personales para acceder a las posibilidades que planteó el Ayuntamiento”.
La fecha de vuelta a la normalidad de estos centros y comedores todavía es una incógnita. Los encargados destacan el enorme aprendizaje que ha representado estos meses, la impagable labor de los voluntarios y el desgaste que ha supuesto para los profesionales, al estar expuestos a una tensión evidente. La nueva situación impide pensar a medio o largo plazo, y en las personas inunda una sensación de incertidumbre, miedo, preocupación y una realidad que les obliga a mantenerse en la supervivencia más extrema.
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