Monumento a Vicente Aleixandre. Eso es lo que dice la placa de bronce que ocupa la parte frontal de un convencional pedestal; sobre él posa una gran cabeza de piedra tallada con trazos como de expresionismo cubista, que pretende ser la efigie del querido y celebrado Premio Nobel. Emerge sorprendente y extraña al subir por la avenida de la Moncloa, en la Glorieta del Presidente García Moreno, al final de Reina Victoria y próximo a la calle ahora llamada de Vicente Aleixandre, siempre conocida y citada como Velintonia. Y ahí permanece desde 1990, cuando Agustín Rodríguez Sahagún, alcalde de Madrid de corto mandato, decidió sacar esta escultura de los almacenes de la Villa para instalarla en el lugar. Hay que decir que se trataba de una obra que 10 años antes había realizado espontáneamente, y en plena plaza pública. el autodidacta y controvertido escultor toledano Juan López Ballesteros.
La escultura, obra de Juan López Ballesteros.
No es, por lo tanto su autor, como en algún artículo se ha dicho (“Metro Velintonia”, Vicente Molina Foix, El País, 14 de julio de 2018), el reconocido escultor y académico recientemente fallecido Julio López Hernández; que sí lo fue de otras logradas esculturas de poetas (Federico García Lorca, Gerardo Diego) y de más singulares y simbólicas creaciones.
Razones tendría, pero cuesta trabajo entender tal decisión de una persona que era conocedora y de alguna manera promotora del arte, en especial de la escultura contemporánea, como Rodríguez Sahagún (impulsor del Simposio Internacional de la Escultura al Aire Libre, Madrid Capital Europea de la Cultura 1992, Parque Juan Carlos I).
La oportunidad de hacer ahora este comentario viene naturalmente motivada por la recurrente petición de salvar el sencillo, pero histórico chalet de Vicente Aleixandre, para perpetuarlo y justificarlo como La Casa de la Poesía. Desde hace más de 20 años lo viene pidiendo la Asociación de Amigos de Vicente Aleixandre; y más recientemente con los apoyos institucionales de la Asamblea de la Comunidad, como también de todos los políticos del Ayuntamiento. Pero al mantenerse aún la incertidumbre de lograr ese propósito, al parecer principalmente por la falta de entendimiento entre herederos y Ayuntamiento, vuelve a activarse con urgencia la reivindicación. La asociación vecinal del lugar, El Organillo, el diputado de la Asamblea, Diego Cruz, y la concejala municipal socialista Mar Espinar, insisten en las gestiones, argumentando con evidentes razones –artículos de El País del 1 y 20 de julio de 2018–. Fue precisamente en el comentario, y a su manera de apoyo, que hacía el prolífico y agudo Vicente Molina Foix, donde sale la errónea referencia al “busto en piedra, obra poco lograda del excelente escultor Julio López”. Y es que, como antes he dicho, la obra no es de él; una aparente firma, como marca de cantero, podría inducir al error, pero la web municipal Monumentamadrid precisa la autoría de Juan López Ballesteros, y da algunos detalles de su peculiar creación, sin llegar a valorarla. Hace por el contrario una inusitada, por lo extensa y laudatoria, mención al representado.
Darle ahora relevancia a este hecho, cuando se ha mantenido tantos años en una general indiferencia, podría parecer desviar la atención de lo que ciertamente es lo importante, como es salvar La Casa de la Poesía. Aunque tampoco sea una cuestión menor la exigencia de ese canon de calidad, que ha de procurar todo el arte urbano, como en ocasiones se ha proclamado desde la misma institución municipal. Si en este caso no parece que proceda una sustitución, ni tampoco plantar en su lugar esa simbólica wellingtonia que decía Molina Foix, aunque fuera en adecuado bonsái, podría quizás añadirse una escueta leyenda que diga algo así, como que se trata de la creación de un escultor autodidacta, representación del pueblo amante de la poesía.
O el monumento a Vicente Aleixandre seguirá sin entenderse; será, a lo más, una exclamación y una interrogación.
José María Carrascal. Vocal de Cultura de la Asociación Vecinal Cuatro Caminos-Tetuán
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