Una cuba de 1.500 m³
La torre está coronada por una cisterna de acero con una capacidad de 1.500 metros cúbicos, recubierta en el exterior de cinc inoxidable y suspendida de un anillo metálico. El conjunto se sustenta sobre una base de ladrillo visto rojo de estilo neomudéjar –el ingeniero Moya quiso incluso recubrir el tambor con azulejos blancos y verdes– y con zócalo de granito, formando un poliedro de 12 lados. El alzado está compuesto por una docena de contrafuertes radiales para soportar el peso de la gran cuba metálica. “Al igual que una escultura constructivista de los años 20 o una obra cinética de los 50, la cubierta del Depósito elevado posee valores plásticos en los que la arquitectura y la ingeniería se anticipan al arte vanguardista”, añade Antonio Bonet. El Depósito de Chamberí es pues la culminación de una arquitectura técnica, una obra de ingeniería y a la vez un edificio arquitectónico singular. Pero además, su ejecución se enmarca en un proceso crucial de transformación de la ciudad. A comienzos del XX, Madrid empezaba a modernizarse. Simultáneamente al tiempo en que fue levantado, la capital estrenaba la luz eléctrica, los primeros automóviles empezaban a recorrer sus calles o se iniciaban reformas urbanísticas tan trascendentales como la construcción de la Gran Vía.
De almacén a sala de exposiciones
En 1952 dejó de prestar servicio, traspasando sus funciones al nuevo Depósito de Plaza de Castilla. Desde entonces estuvo abandonado –“servía de fichero y almacén de objetos inútiles”, escribiría el cronista Pedro Montoliú– hasta que, en 1986, la Comunidad de Madrid lo transforma en sala de exposiciones, tras una magnifica y respetuosa reforma de los arquitectos Antonio Lopera y Javier Alau, que recibió el Premio Europa Nostra. “En la cuba, ya sin agua, había metro y medio de estiércol de paloma”, recordaba Lopera en una entrevista en ‘El País’. Lo más destacable de los trabajos fue sin duda el acceso en la cuarta planta al interior del impresionante vaso que corona el depósito, y que tras la rehabilitación suele destinarse a espacio para audiovisuales. El resultado es una de las salas de exposiciones con más personalidad de la ciudad, lo que en ocasiones acaba por “comerse” la obra mostrada, como reconocía Alau. Algo que no ha impedido la puesta en marcha de decenas de exposiciones, desde aquella primera dedicada a la última etapa de Dalí –donde se expusieron 44 piezas de joyería, adaptación de sus obras escultóricas–, ni colaborar habitualmente en certámenes como ARCO o PHotoespaña. Sea como fuere, el Depósito de Chamberí constituye hoy una de las joyas del patrimonio arquitectónico de la región. Un “monumento industrial” que es, además, por historia y por estética, una de las piezas emblemáticas de un distrito que tiene la suerte de poder disfrutar de ella y en ella de algunas de las exposiciones más relevantes de Madrid.
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