El trágala de Galileo

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En tan sólo 17 meses, el tramo semipeatonalizado de la calle de Galileo, el “experimento” Galileo, se ha convertido en el campo de batalla político y vecinal de todo un distrito. La medida fue implantada en mayo de 2017 como una experiencia piloto de intervención urbana y “carácter reversible”, encuadrada en lo que se llamó “urbanismo táctico” y como una más de las propuestas del proyecto “Chamberí Zona 30”. No era, pues, una actuación estratégica concreta del grupo de gobierno, sino una probatura dentro de un plan más global. No obstante, “DEspacio Galileo” originó de inmediato una oleada de críticas vecinales, incluyendo la recogida de tres mil firmas contrarias al experimento, a las que tanto Junta como Ayuntamiento han dado una respuesta singular. Su sostenella y no enmendalla ha elevado el tramo de la discordia a símbolo de lucha vecinal, un catalizador del descontento de una parte del barrio que, incluso, ha devenido en la formación organizada de una plataforma vecinal que es el azote de cualquier actuación que lleva a cabo el gobierno municipal en estas calles.

Sorprende que éste opte por asumir el coste en desgaste de su labor a cambio de un beneficio que nadie ha podido aún cuantificar. Pero la patata caliente es ya hoy un debate ideológico, y la reversión podría ser tomada como una afrenta por los seguidores de las políticas de Ahora Madrid y los partidarios de la actuación, que por supuesto también los hay.

Pero más allá de la polarización vecinal –evidenciada en los frustrados talleres que se celebraron el pasado mes–, el “problema Galileo” trasluce un síntoma en la forma de gobernar del equipo de Manuela Carmena. El síntoma de quien piensa que su precaria estabilidad de gobierno es suficiente para imponer medidas de espaldas, si no a los vecinos, sí a la mayoría de sus representantes legítimos. La oposición al completo se ha unido dos veces, tanto en el Pleno de Chamberí como en el de Cibeles, para aprobar propuestas relativas a la reversión de la actuación en Galileo un proyecto piloto y experimental, recuerden. Como respuesta, la alcaldesa ha explicado que entre las competencias de los Plenos no se incluye la de revocar actos del gobierno. Chirría, sin embargo, que en esos actos de gobierno tengan más peso –o se argumenten con– lo que votan unas decenas de vecinos en un taller dirigido, que los votos delegados de aproximadamente el 70% de los madrileños.

Tras más de 20 años de gobiernos del Partido Popular en Madrid, las elecciones de 2015 hicieron estallar el júbilo por la llegada de aires nuevos que cambiarían las políticas y mejorarían la vida de los madrileños, que durante tanto tiempo se habían empeñado en votar regular. Así lo creyó Ahora Madrid, acunado por el PSOE, cuando lo cierto era que la ciudad no había dado un cheque en blanco a Carmena, que la gobernabilidad era frágil y que habría que invertir más tiempo en convencer al adversario político para sacar adelante las propuestas, que en anunciar lo bonito que iba a ser el Madrid de la nueva política, tan ocurrente y experimental.

 

 

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