El crimen de la calle de Fuencarral cumple 130 años

A finales de la penúltima década del XIX, en el tiempo en que el temible Jack destripaba mujeres en Londres y Chamberí impulsaba su expansión hacia el norte –comenzaban a cerrar los cementerios y se iniciaban construcciones como el Beti Jai o el Hospital Homeopático– se iba a producir en estas calles uno de los crímenes más célebres de la historia negra de España. Un asesinato que conmocionaría la sociedad y haría que durante meses las mujeres no salieran solas a la calle y que las viudas y solteras cerrasen a cal y canto sus casas. También, la primera crónica de sucesos que durante más de un año “rentabilizaría” la prensa, con un tratamiento sensacionalista muy similar al que hoy puede verse en las televisiones. Sucedió la noche del 1 de julio de 1888, en el segundo izquierda del número 109 de la calle de Fuencarral. Hoy, la bulliciosa vía carece del funesto número –salta del 107 al 111–, si bien el inmueble donde ocurrió la tragedia se corresponde con el actual 95, pasada ya la Glorieta de Bilbao, y en esquina con la calle del Divino Pastor.



A la mañana siguiente, es hallada muerta en su domicilio doña Luciana Borcino, viuda de Varela. El denso humo que sale por los balcones advierte a los vecinos del suceso. Está boca arriba, cubierta de trapos con petróleo y medio quemada en una habitación. En la cocina yace inconsciente Higinia Balaguer, criada de Borcino desde hacía seis meses, y un perro, probablemente narcotizado. La viuda, una dama acomodada y conocida en el barrio, había sido acuchillada tres veces, una de ellas en el corazón. Durante su primera inspección, la Policía no encontró signos de robo en el domicilio, y las vías de investigación se multiplicaron hasta desbordarse durante el juicio. No obstante, Higinia resulta desde el primer momento la principal sospechosa. La criada llega a dar hasta seis versiones diferentes sobre su participación en los hechos, desde su negación hasta el reconocimiento de la autoría, lo que a la postre terminaría por llevarla al patíbulo.



Primer juicio mediático


El juicio comenzaría el 26 de marzo de 1889, ocho meses después del crimen. La expectación es tal que la cola para asistir a la vista rodea el Palacio de Justicia. El abogado de la defensa es nada menos que Nicolás Salmerón, expresidente de la República. En su primera declaración, Higinia había acusado del asesinato a José Vázquez, el pollo Varela, hijo de la viuda y personaje de vida desordenada y golfa, que el día de autos cumplía condena en la Cárcel Modelo por el robo de una capa. La criada asegura que Varela la coaccionó y sobornó para que acudiera a por el petróleo, quemara el cuerpo y limpiara la sangre. Pero la acusación sobre el hijo de la víctima tiene unas implicaciones más graves y que salpican al director de la cárcel, José Millán Astray –padre del fundador de la Legión–, quien, al parecer, permitía a Varela entrar y salir del penal a su antojo. También se establece una conexión entre Astray e Higinia, al que conocía a través de un tercero, el cojo Mayoral, exnovio de la acusada y que regentaba una cantina frente a la Modelo. Azuzada por la cobertura mediática, el crimen estimula el morbo de la sociedad madrileña, que se divide en higinistas y varelistas, y discuten en tertulias y comercios.



El crimen fascinó incluso a Benito Pérez Galdós, que asistió a las sesiones y escribió seis crónicas para el diario argentino La Prensa. En ellas entrevistó a la principal acusada, a quien, seducido por su capacidad de fabulación, describiría como “diabólica” o “un monstruo de astucia y marrullería”. A medida que avanza el juicio se comprueba el móvil del robo por parte de la criada, que en una de sus versiones confiesa haber matado a Luciana después de que ésta se enfadara porque había roto un jarrón. La posibilidad de que actuara con algún cómplice de entre los acusados también parece probable. Finalmente, tras más de un año de diligencias y tomar declaración a 600 testigos, el 25 de mayo se lee el fallo que condena a Higinia Balaguer Ostalé “por delito complejo de robo y homicidio, a la pena de muerte”. El veredicto sentencia también a 18 años de prisión a su amiga y cómplice Dolores Ávila, Lola la Billetera, y absuelve a José Vázquez Varela y a Millán Astray.



Muerte por garrote vil


El 19 de julio de 1890, Higinia, de 28 años, es ejecutada en el garrote vil. Al acto acuden cerca de 20.000 personas. Antes de su muerte, grita: «Dolores, catorce mil duros», frase cuyo significado exacto nunca se descifró. El fallo, basado en la admisión de culpa de la condenada, deja en la opinión pública la sensación de que no se ha contado toda la verdad. Años después, el pollo Varela se vería envuelto en otra muerte extraña, por la que sería condenado a 14 años en una cárcel de Ceuta.



Con el ajusticiamiento de Higinia terminaba el caso de Luciana Borcino y comenzaba la leyenda del crimen de la calle Fuencarral. Un episodio que en 130 años ha generado, además de varios libros y no pocas crónicas y relatos, algunas fantásticas versiones cinematográficas, como la que en 1946 rodó Edgar Neville en El crimen de la calle de Bordadores, o el capítulo de la serie La huella del crimen que trató el asesinato, con Carmen Maura en el papel de Higinia.




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