Atascos por nuestro bien

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Los madrileños pasaron hasta 42 horas en atascos durante el pasado año, dos más que en 2016. Y no les dará vergüenza, pensarán Manuela Carmena e Inés Sabanés, cuyos ímprobos esfuerzos por mejorar la movilidad de la capital pueden resumirse en peatonalizar áreas, rebajar velocidades, eliminar carriles de circulación para vehículos, reducir el número de plazas de estacionamiento o anunciar –otra cosa será hacerlos– parkings disuasorios en la periferia.

Al carecer de competencias directas sobre el transporte público, la estrategia municipal en movilidad tiene como tótem la bicicleta. "–¿Te llamas Juan? No, pero tengo bicicleta", decía aquel absurdo chiste antiguo. Yo no tengo bicicleta, ni intención de coger una para desplazarme por la ciudad. Como tampoco tengo coche –ni carnet– y suelo ir a mis asuntos bien andando, bien en transporte público, digamos que contamino poco. Que contamino “lo normal”. No soy, pues, una pieza perseguida por la inquina cochefóbica, por más que reniegue de las miles de ventajas que para un urbanita tiene pedalear, y piense que una ciudad moderna puede ser algo más que una ciudad de modernos.

Dicho lo cual, las cosas como son. La “racionalización” del uso del coche que demandan las huestes de Carmena, y que consiste en reducir el espacio para los vehículos y esperar a ver si así se reduce el tráfico capitalino, tenía toda la pinta de obtener un resultado regular. Salvo, claro, que la apuesta sea contra la paciencia de los conductores. No quieres bicicleta, ni transporte público, de acuerdo. Ya los querrás.

No hace, pues, falta que la oposición y algunos vecinos se cansen en sacar fotografías y videos para tratar de demostrar lo desérticos que discurren los carriles bici, por más que en algunos sea más fácil ver una bola corredora del oeste antes que a un ciclista. Como si los pintan al óleo. Eso el Ayuntamiento lo tiene ya descontado. Piensa que, como en el proverbio chino, sólo tendrá que sentarse al pie de los Bulevares y esperar a ver pasar en monociclo el cadáver –requemado por el atasco– del maléfico conductor. Pero igual no tiene tanto tiempo.

 

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