No le había dado tiempo a Manuela Carmena de comprobar el peso de la vara municipal cuando ya tenía un incendio en sus filas a cuenta de los tweets de Guillermo Zapata, efímero concejal del Área de Cultura. La autoindulgente dimisión del cargo de máximo responsable cultural –manteniendo su acta– no apaciguó a quienes pedían su cabeza en una metafórica pica, y sublevó a quienes consideraban a Zapata el mejor capacitado para tal encomienda. Probablemente el único capacitado, si me apuran. Aquella crisis abrió un primer boquete en el precario equilibrio ideológico de Ahora Madrid, e instauró una especie de “cluedo” lleno de susceptibilidades en el partido instrumental, donde cada decisión de la alcaldesa parecía llevar aparejada el agravio a una facción.
Tras la polémica de los tweets, y ya con Celia Mayer en la Concejalía de Cultura, se fueron sucediendo los titiriteros, los disfraces de los Reyes Magos, la Memoria Histórica, el cambio de nombre en las naves de Matadero o las maniobras en Madrid Destino, entre otras. Carmena fue paulatinamente despojando de competencias a la concejala, al tiempo que iniciaba la purga en la empresa cultural. Todo ello cristalizó el pasado marzo en el vergonzante cese de Celia Mayer, aupada a la recién creada Área de Igualdad de Género. La alcaldesa sería quien asumiese de modo temporal –e insólito– las competencias culturales.
Hace unos días, El País informaba de que Carmena tenía pensado mantenerse al frente del Área de Cultura hasta el final de la legislatura, lo que resulta realmente desconcertante. La duda ahora es saber si la decisión responde a que no tiene un solo concejal entre la veintena de Ahora Madrid a quien delegar tal responsabilidad sin desatar definitivamente las hostilidades en el seno de la formación, o si lo que ocurre es que ni soporta ni se fía ya de ninguno. La tercera opción sería que Carmena tiene demasiado tiempo libre. Y ojalá tenga más a partir de 2019, pensarán algunos. De los suyos.
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